martes, 2 de octubre de 2007

CAJA DE PANDORA





A los veinte yo solía organizar un Ciclo de Cine en mi Facultad de Filosofía y Letras.

Lo heredé de unos amigos míos y de la utopía, que un año atrás, tal vez un poco más, les había llevado a ellos a recuperar la idea de un Cineclub “Clásico” universitario, en el que se pudiesen ver aquellas películas que podían interesar al universitario medio-culto y otras menos manoseadas, que ellos querían ver o amaban.

Todavía recuerdo a mi amigo, la influencia más importante en mi vida, cuando me pidió sin pedírmelo que no dejase morir el “ciclo”, él verano que él terminó su licenciatura en Historia, (Dos planes antiguos atrás) antes de marcharse a Italia por un año.

Por supuesto acepte y viví esos meses de curso lectivo de películas, libros, (él me los había pasado con hermosas dedicatorias en su interior) y algunas cartas intercambiadas.
Siempre he defendido ante personas de buenas intenciones que mi estado de entonces no fue solo fruto de la sublimación del recuerdo del pasado, sino de una emoción sentimental que todavía puedo sentir y que me ha apartado y protegido del resto del mundo, además de darme los atributos del escritor, (bueno o malo), y de contador de nuestras historias.

Recordar, recordar siempre… Eso es escribir para mí, un acto masoquista, sin duda.

Ironías, de esos cuatro o cinco amigos solo he mantenido el contacto con uno. El resto se fueron, casi todos en silencio a otras ciudades, otras vidas.

Y yo me quedé en la Ciudad del Viento…

Al menos por unos años. Tenía que terminar la carrera de Historia del Arte y vivir todavía. Pasear solo, recordándole a él o en compañía de amistades desinteresadas y bastante pudorosas; ignorar la poca fluidez de mi economía, (esta no ha cambiado mucho), cuando había que ir a comer a algún sitio o a ver algún espectáculo; salir (o marcharnos) de clase para ocupar un banquito soleado en algún parquecillo, hablar poco y devorar, a la hora del aperitivo, un paqueta de patatas chips. A veces incluso una cerveza.

Fue con Ella, a la que conocí al mismo tiempo que a Él, con la que solía hacer esto último.

Ella es hermosa y, con el tiempo, parece que se ha confirmado esa máxima que me repetía siempre, una cantinela: “Nosotros no cambiamos”.

Antes de marcharse a… Italia, Él la amó. Yo diría que se obsesionó con Ella desde el primer momento. No era difícil. Todos la amaban.

A veces pienso que es por Ella por lo que Él iba conmigo. Pero no. No es posible: Nos esperaban tantas cosas juntos…

Con el tiempo, Ella se unía, ocasionalmente, a nosotros y unilateralmente a él. Pero esa es otra historia…

Volvamos o viajemos meses más tarde, cuando él se fue a Italia, decía, me encargué del “ciclo”. Ella me acompañaba a Vicerrectorado Universitario como “secretaria y vocal” de nuestro “colectivo”, (así figuraba en los estatutos que nos hicieron rellenar), y a las reuniones de la Comisión de Cultura de nuestra Facultad, como compañera y miembro de la comisión también.

En el primer año, ya todos nos conocían de vernos juntos en clase, pegando los carteles anunciantes del “Ciclo” por todo el campus. En las sesiones yo presentaba las películas y ella repartía los panfletos. Siempre sonriente, siempre con una palabra de amabilidad o un comentario ingenioso.

El año anterior me habían visto con Él…

A menudo, durante la proyección salíamos sigilosos y recorríamos los pasillos de la Facultad como habíamos hecho con Él, y Ella lo sabía. Era uno de nuestros homenajes.

Con el tiempo, Mantuvimos charlas e incluso pasábamos veladas con profesores y alumnos que venían a nuestras sesiones. Conocimos algunos despachos y degustamos muchos bocadillos, (deliciosos), tras las películas o cuando nos venia en gana, los dos solos, en compañía o en multitud.

Los bedeles de la Facultad a menudo nos esperaban solo a nosotros para cerrar la Facultad, ya que nuestras sesiones eran de vespertinas a nocturnas.

Una de esas veces Ella y yo bromeábamos mientras recogíamos el Aula Magna, una de nuestras sedes, sin duda la favorita, cuando escuchamos como el gran portón de acceso se cerraba con llave. Llamamos y golpeamos la madera sin escuchar nada al otro lado.

No aceptábamos que nos pudiesen esperar 10 horas juntos, con una manzana y un botellín de agua medio vacío. No nos lo creímos nada, así que enseguida encendí el equipo de música y puse el amplificador a tope mientras ella golpeaba la puerta a son de un intermezzo de una opera de Mascagni, (que no era Cavalleria Rusticana).

Enseguida nos abrieron y salimos del edificio bajo la mirada del bedel de turno y algo enrojecidos.

Luego, con un bocadillo entre las manos y una copa de vino comentamos, como otras veces, lo surrealista que era nuestra ciudad, nuestra vida pues. Nos creíamos el centro del mundo.

Sin duda, en ciudades y vidas distintas, todavía lo pensamos, aguardando una nueva batalla…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los recuerdos son algo maravilloso pero sin duda también frenan al individuo.
Los malos recuerdos pueden llegar a convertirse en algo no tan horrible y eso es peligroso. Para el solitario sus recuerdos son la vida que no vive.

Eduardo Fuembuena dijo...

Son muy ciertos tus pensamientos. Gracias por ellos y las reflexiónes que me suscitan.

Un amigo, si, ese amigo me pidió una vez en una carta, (de despedida), que no le otorgase un valor simbólico al recuerdo. Algo muy parecido a lo que extraigo de los primeros párrafos de tu post. También me pedía en ella que no fuese Hamlet, sino Falstaff, (que me riese del mundo en vez de ser consciente de la verdad de este).

¡Ay! Pero los frutos del arbol del diablo son muy dulces, aunque vayamos muriendo poco a poco mientras los probamos.

Basta con estas pocas ideas del tumulto que viene a mi cabeza. No quiero cansar a nadie.

Tu última frase explica perfectamente porqué escribo.

Recordar, recordar siempre...

Gracias otra vez,compañero.

Silvia M. Vicente dijo...

Era un ciclo curioso...
apuntando recuerdos: la sesión de El imperio de los Sentidos.
Estaba la sala llena!!!

Los recuerdos te marcan por lo que has vivido pero siempre lo mejor está por llegar. Y dedicar más tiempo a rememorar tu pasado que a buscar tu futuro hacen de tu presente un medio-pasado.

Saludicos desde la Ciudad del Viento!!

Eduardo Fuembuena dijo...

Hola Silvia!

Me alegra mucho que hayas visitado este blog y dejado tu comentario.

En la sesión de El imperio de los sentidos no estuve. Todavía no os conocía y solo había visto los carteles del ciclo por la Facultad.

Si que estuve en un pase de Garganta profunda en doble programa con un mediometraje infantil, (El globo Rojo). Era la primera época del Ciclo, cuando lo organizaban Oswaldo, Marcos, Luís, (¿Te acuardas de Luís?) y otros. Fue muy divertido cuando Marcos comenzó a dejar royos de papel higiénico en cada fila y él, Rubén y yo nos bebimos el vino tinto que habíamos comprado.También recuerdo que fue el mismo Rubén quien presentó Garganta profunda haciéndose pasar por un productor de cine porno invitado.

Luego, en la segunda época, recuerdo una sesión de homenaje a Don Luís Buñuel, en el arranque del centenario de su nacimiento en el que preparamos "Buñuelonis" (Cocktail que lleva Ginebra inglesa, Noelly Prat y unas gotitas de angostura), que repartimos a todos los presentes, (a mi se me escurrió la primera cocktelera sobre la mesa!).

Creo en lo que dices, Silvia, pero hoy por hoy me cuesta escapar del recuerdo, aunque cuando lo consigo, en ratos concretos, soy muy féliz con cualquier cosa.

Este blog trata un poco sobre eso.

Beso.

Eduardo.

PD. Aver si publicas pronto, que tengo mono.

PD2. Os echo de menos.